Pasó un mes y medio que no nos veíamos.
Quedamos en juntarnos a hablar, sólo hablar.
Pactamos una hora y la cumplimos con puntualidad.
Nos miramos desde que nos encontramos y no pudimos dejar de hacerlo hasta el final.
Me abrazó fuerte y no me costo nada responder a ese estimulo.
Casi nos saludamos, casi nos besamos.
Quisimos escaparnos para siempre, quedarnos solos, los dos.
Pero cumplimos con la condición principal y empezamos.
Nos contamos cosas que ya sabíamos.
Sucesos similares vividos por separado.
De la conexión aún existía entre nosotros.
Las marcas que no podíamos borrarnos del otro.
Todo era obvio y nada era claro.
Entonces, por qué no estábamos juntos.
Qué era lo que nos separaba.
No me importaban las respuestas.
Era feliz por estar ahí.
Juntos sabíamos cómo detener el tiempo y hacerlo nuestro aleado.
De repente nos invadió el silencio pero nuestras miradas seguían danzando, clavadas.
La proximidad era poca, y las voluntades también.
Y sin decirnos nada comprobamos si aún podíamos.
Buscamos el motivo para probar.
Aún estaban ahí nuestros sentidos, fuertes como un fuego eterno.
Ni fantasía, ni exageración.
Si, si éramos el uno en el otro.
La justa armonía de energía.
Ni superstición, ni locura.
Algún dios sopló un viento violento.
Otro dios hizo caer del cielo gotas de hielo.
Ni ella, ni yo, nunca vimos algo parecido.
Era real y estaba pasando.
La lectura era demasiada clara.
Tendríamos que haber escapado.
Tuvimos miedo.
Tampoco era posible.
Y ahora…
Estoy aca, solo, escribiendo esto.
Godoy cruz, 23 de febrero de 2011.
Juan Pablo Lemos
-Derechos Reservados 2011-
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